miércoles, 18 de marzo de 2015

La sangre obtendrá sangre (1/2)


Algunas de las larvas eran del tamaño de una moneda. De tonos pálidos y carnosos, que avanzaban retorciéndose a lo largo de las grietas en el suelo. Unos escarabajos con nervudas piernas que triscaban sobre ellos se escabulleron, silbando el uno al otro a medida que pasaban. Ciempiés, tan largos como el brazo de un ser humano, se cerraron en los costillares secos de los presos, muertos hace mucho tiempo. Para estar en el aislamiento, Selvala ciertamente no se sentía sola.


- Pequeño cervatillo. -

La voz resonaba como un profundo susurro filtrado a través de la puerta de la celda. No había visto al portero del calabozo, pero había escuchado antes esa voz, arrastrando su sonido profundamente en sus oídos. Durante los dos primeros días, hubo un desfile de goblins que golpeaban continuamente su puerta, gritando con sus agudas voces. Ella había tratado con cada uno de ellos.

- Alegre cervatillo... -

Selvala trató de distraerse y se centró en los insectos que pululaban. Cuando no los observaba, una sensación de vértigo la sobrecogía; sin insectos reptando por el suelo, parecía que las losas y las paredes  se retorcían y respiraban como si se encontrase en el estómago de un animal enorme.

- Feliz cervatillo... -

Y cuando no los prestaba atención, esas diminutas cosas comenzarían a trepar por el cuero de sus botas. Se preguntaba si eran atraídos por el olor de la sangre seca. Tres días más tarde, era todo cuanto ella podía oler.

- Dulce cervatillo... -

Aquella sangre los había atraído hacía ya tres días, pero entonces estaba húmeda y roja y goteaba de su cuchillo como si fuera agua. No quería pensar en aquello. No quería escuchar la voz del guardián del calabozo. Se centró en el enjambre. Su boca estaba reseca.

- Cervatillo asesino... -

Ahora, habiéndose enfundado los guantes, la sangre tenía un color herrumbroso. Llevaba ya tres capas encima de la primera. Sangre de goblin. Negra. Viscosa. Apestosa. Se preguntaba si debía ofrecer sus guantes a sus carceleros. Tal vez pudieran limpiarlos.

Aquellos tres días tardaron mucho en transcurrir.

- ¡Mortal cervatillo! ¡Vicioso cervatillo! ¡Asesino cervatillo! -

Se concentró en su propia respiración y trató de no escuchar el sonido del guardián de la mazmorra que estaba poco más allá de la puerta de su celda. Ella sabía que él estaba mirando a través de los barrotes, de cuclillas con su cara en alto, y las llaves tintineando a su lado.

- ¿No quieres tu cena, cervatillo? -

Se preguntó si sería capaz de moverse lo suficientemente rápido como para llegar a la puerta antes de que él pudiera reaccionar. y si era posible que la ensartaran un hueso afilado en su cráneo mientras aún estaba cerca.

- Por supuesto, - dijo Selvala. Tragó saliva. No había pronunciado una sola palabra en tres días y su voz era ronca. - ¿Por qué no vienes aquí dentro y me la das tú?

El guardián de la mazmorra se rió. Aquella vos de cuerpo desconocido se hizo eco más allá de la pesada puerta.

- Oh, ¿por quién me tomas, cervatillo? Le sacaste el ojo a uno de mis mejores agentes. ¿Qué es lo que has metido de contrabando, agujas de tejer? -

Selvala sonrió y tocó con los dedos el arma toscamente afilada de su costado. - Un fémur. -

- ¡Ja! - exclamó. - ¡Un hueso en el ojo! sabía que serías buena. ¡Una maestra! Los otros decían que eras una charlatana, y sin embargo aquí estas: mi perfecto asesino. -

Su sonrisa desapareció. No podía ver el rostro de su carcelero, pero se lo imaginaba. Dientes amarillos, ojos saltones, aliento caliente y pútrido. Tampoco estaba hecho para Paliano.

- Bueno, tu tío Grenzo te perdona, - dijo el guardián de la mazmorra. - ¿Qué es un poco de sangre entre amigos? -


Ella dirigió finalmente su atención hacia la puerta. Observaba su sonrisa, su cara hinchada a través de los barrotes del estrecho ventano. - ¿Por qué no te largas de aquí? - preguntó ella. - Estoy planeando mi fuga. -

Su sonrisa creció hasta enseñar todos sus dientes podridos. -¿Qué se siente al matar al hombre al que amas? - le preguntó.

Ella se dio la vuelta, pisando los escarabajos con un sonoro crujido. Ella había estado en las tierras bajas, había sobrevivido en la naturaleza, podía incluso soportar incluso el sabor de los insectos. ¿Tuvo aquí cautivos a miembros de la nobleza hasta morir de hambre, y se negaron a comer del suelo?

- Respóndeme a algo, delicado cervatillo, y abriré esta puerta. -

Ella tensó sus músculos. Todo sería cuestión de una estocada rápida y la conversación habría terminado. Su hueso afilado desde luego no era un estoque, pero él sólo era una masa y debería poder realizar el trabajo. - Estoy segura de que no te hace falta que te responda a la pregunta. -

- Oh, pero así es. Mis manos están limpias. -

Ella observó la calavera que se encontraba en un rincón de la celda. Sus cuencas vacías observarían por siempre los goteantes techos de esta celda.

- Todo lo que quiero es girar unas llaves y charlar, - dijo él.

Repasó mentalmente las historias que había oído sobre el guardián de la mazmorra y de sus agentes que pululaban por las alcantarillas, arrastrándose por la noche; mercenarios asesinos que despachaban los problemas y estaban pendientes de cualquier oportunidad para chantajear a alguien.

Esperó un momento a que ella hablara, pero no lo hizo. - Y giraré esta llave de aquí si le respondes a tu tío Grenzo una pregunta, querida: ¿qué se siente al matar a un amigo? -

- Todo demasiado fácil, - dijo Selvala.

Él se burló. Ella esperó. Por encíma del sisear de los escarabajos sonaban el tintineo de las llaves y el ruido de la cerradura. La puerta se abrió con un crujido.

- Tal vez se clave la próxima vez, - dijo desde el pasillo.

Volvió su atención a la puerta. Nadie entró. Más allá, podía escuchar el laborioso respirar del carcelero en el pasadizo.

Ella no lo entendía, no conocía este juego. Ella sabía que estaba siendo manipulada, pero, ¿con qué fin?


- Sal, - dijo él. - Tengo un pellejo con agua y una bota de vino. Has pasado la mitad de tu vida entre los barrios bajos de la ciudad y las zonas altas. No sabía cuál preferirías. -

Selvala dio un paso ligero hacia la puerta. Las sombras se movían con la luz de la antorcha. Grenzo tenía un cuerpo enorme para ser un goblin, como si sus huesos estuviesen rebelándose contra él. Grenzo se agarró a su bastón y Selvala se preguntó si podría siquiera dar un paso sin el. Le acercó el odre de agua. Esperaba algún tipo de trampa; ¿una docena de agentes al otro lado de la esquina? ¿Regalos envenenados? ¿Algo de magia oscura?

Grenzo volvió la cabeza de un lado a otro como si estuviera vigilando los túneles. - Puedes correr, Cervatillo, pero el camino es traicionero. Yo te guiaré. -

Ella agarró el trozo de hueso y contempló su yugular. Era gruesa, como si tuviera una serpiente enroscada en su cuello.

- Está bien, - dijo finalmente mientras asentía. - Tú delante. -

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