lunes, 5 de agosto de 2013

Aventuras por el Viejo Mundo (presentación y capítulo uno)

Un caluroso "how" a todos. Hoy os presento el primer capítulo de Aventuras por el Viejo Mundo, además de una pequeña presentación sobre mi personaje. Vuelvo a recordar que fue mi personaje quien relató todos los acontecimientos del grupo desde su punto de vista, por lo que en ocasiones deberéis sacar vuestras propias conclusiones sobre lo que sucedió realmente. A la hora de jugar a rol considero importante darle un buen trasfondo al personaje, pues este simple hecho hace que el jugador reaccione y tome decisiones como lo haría su personaje de manera natural. 

Sin más dilación, os dejo con nuestras Aventuras por el Viejo Mundo.



Acerca de mi ...

Todo primer encuentro merece una presentación, de modo que hago saber a cualquiera que lea estas crónicas sobre nuestras aventuras que mi nombre es Ernesto Ponce de León. Nací en Argigil, una pequeña aldea estaliana al oeste de Bilbali. Tengo diecisiete años y nací el treinta y dos de Pflugzeit de 2475 D.S. para ser exacto. 

Procedo de una típica familia de campesinos. Mi padre se llama Eufrasio y es agricultor. Lo ha sido siempre y lo será hasta el fin de sus días, al igual que mi hermano mayor Emmanuel. Ambos tienen un buen corazón, pero son harto tercos. En concreto Emmanuel, con el que sostuve una enorme discusión los días previos a mi partida. No le 
culpo por defender su idea de que ir a conocer el mundo en busca de aventuras era “más fácil” que quedarse a labrar los campos y cuidar del ganado. Supongo que es lo que pensaría cualquiera que no hubiese llegado hasta la cima de las montañas Céfiro ni visto la inmensidad del mar del oeste. 

Por otro lado están mi madre María Elena y mi hermana pequeña Mariel. Se dedican al cuidado de las tareas del hogar, algo que tampoco dista mucho de lo habitual en las mujeres de la región. Madre es algo cotilla, pero tierna y llena de alegría. Dice que soy la cosa más bonita del mundo; el mundo, sin embargo, opina que solo acertó en lo de "cosa". Solo espero que Mariel aprenda a valerse por sí misma. Es una chiquilla con caracter, y espero que no lo pierda como le ocurrió a madre. A veces me esconde el carcaj o llena mis botas de hollín, pero procuro no ser duro con ella; la pobre chiquilla se aburre ya que apenas hay otros niños cerca con los que jugar. 

Sin embargo yo tuve la oportunidad de salir a las montañas a aprender el arte de la caza de manos del maestro Jérôme De Bray. Este sabio bretoniano emigró a Estalia, atraído según el por el buen clima y las buenas pitanzas. Aceptó adiestrarme, pues vio en mi un chico capaz. Una vez nos habíamos tomado confianza, me hizo una confesión. Tras acabarse una jarra de vino tileano, me reveló que de algún modo fue aquejado de una deformidad en el interior de la boca. Este desgraciado infortunio hacía que no pudiera soportar los alimentos de su región natal. Yo, que también había echado unos tragos, le hice saber que tampoco conocía a nadie al que le apasionara la cocina bretoniana, tras lo cual me dio una colleja. Esto llegó a convertirse en un problema para Jérôme. Cuando sus compañeros de caza le descubrieron en la despensa frascos con especias y sal de Catai y otros lugares exóticos, lo acusaron de pertenecer a un culto de un extraño dios de los placeres y fue condenado al exilio. Le faltó poco para que lo quemasen por brujo cuando descubrieron en su poder un libro de recetas tileanas. Sin embargo pude aprender muchas cosas de este extraño bretoniano, entre ellas el Reikspiel que tanto facilitaría mis viajes. 

Tal vez alguien se pregunte, ¿qué llevó a este joven a probar fortuna en los peligrosos reinos que desconocía? La respuesta son las injusticias personales. Meses antes de mi partida, algunos nobles comenzaron a comprar en secreto terrenos situados al pie de las montañas del norte. Este hecho fue menospreciado por los habitantes de la zona, que seguían ocupados en sus quehaceres. A fin de cuentas, ¿qué nos importaba que los nobles gastasen su oro en adquirir esos terrenos a orillas de la calzada Cantabrio, en los que solo había matorrales y algún que otro goblin? 

Ninguno de nosotros pudimos darnos cuenta hasta que fue demasiado tarde. Los Botinesti de Potes y los Amanciortiguera de Sahaún, junto con otras familias nobles, consiguieron apropiarse de unas pequeña franja de terreno que utilizaron a modo de frontera, bloqueando el acceso a las cordilleras Céfiro y Feroz. Esto obligaba a los cazadores a pagar los abusivos peajes de aduana y caza. Como aliciente, también permitía a sus propietarios acabar con cualquier persona a la que descubrieran en las montañas, siempre que no hubiesen abonado religiosamente sus injustos impuestos. 

En consecuencia, un sentimiento de impotencia y de rabia se apoderó de mí. No quería abandonar el oficio de cazador que tanto esfuerzo me había costado adquirir, pero tampoco podía ejercer en mi tierra. Opté por la única opción que no acabaría conmigo y con mi familia ardiendo en una hoguera: viajar y conocer mundo para ganarme la vida. Gracias a la ayuda de Monsieur De Bray, que me puso en contacto con Piero Enzo, me fue arreglado un puesto en una compañía de mercenarios. Nunca había formado parte de una “expedición” de este tipo, pero uno no se siente tan vulnerable cuando cerca de una treintena de hombres y algún que otro enano dicen estar de tu lado. Escribo estas palabras antes de acostarme a la luz de una hoguera. Aquí empieza mi viaje y mañana será un gran día... 



Primera Entrada 
Encuentro inesperado 


Solo podía distinguir a mi alrededor la imagen de las Montañas Grises fundiéndose con el horizonte. La noche se cernía poco a poco sobre nuestras cabezas, y Morrslieb se alzaba, inmensa con su verdoso resplandor, proporcionando a las laderas de las montañas unos tonos y sombras de extraña naturaleza. El chisporrotear de la hoguera hacía notar que los ramajes aún estaban húmedos. El viento fundía los sonidos que provocaba al chocar con los ramajes de los árboles en una especie de sinfonía de chasquidos y silbidos de hojas. Todas estas distracciones no parecían hacer mella en mis compañeros, que seguían enfrascados en sus pensamientos. 

Mientras conseguía dar caza a un par de conejos y recogía unas manzanas para la cena los recuerdos se amontonaban en mi cabeza: los nobles que consiguieron negarnos a los cazadores de mi región el acceso a los terrenos de caza mediante injustas leyes y burocracia, la tristeza de mi madre y las reprimendas de mi hermano mayor cuando les conté mi decisión de partir en busca de un futuro más emocionante, el momento en el que me uní a la partida de mercenarios en la que conocí a mis actuales compañeros y la traición que sufrimos por parte de aquel hombre que nos contrató para luego emboscarnos con sus propios lacayos... 

La escena que encontré a mi regreso en el improvisado campamento no había cambiado mucho en relación a la que dejé al llegar de mi expedición de caza. El enano, Grimnioz Bronson, limpiaba con un trapo empapado en aceite las manchas de su martillo de batalla que había usado recientemente. Mientras, el recién iniciado hechicero Heinrich Ritcher, miraba fijamente el débil fuego de la hoguera, que nunca llegó a apagarse aunque la madera estaba un tanto húmeda por las lluvias de Antebrujo. Ambos parecían reflexionar acerca de los acontecimientos que nos habían llevado a salir huyendo de Parravón. Es cierto que es muy difícil averiguar qué sendas toman los pensamientos del mago, y en cuanto a la expresión del enano... efectivamente no era muy diferente a la de cualquier otro día en que no hubiese pasado en una taberna por lo menos un par de horas. 

Ignoro si fue el olor del guiso que se calentaba, o que el hecho de estar acercándonos a la Noche de los Difuntos propiciase que ocurrieran sucesos extraños, pero algo atrajo los pasos de aquel anciano hasta nosotros. Hacía llamarse como nuestro compañero mago, pero parecía carecer de todo recuerdo anterior a los años que afirmaba haber vagabundeado por estas montañas. Realmente parecía haber pasado numerosas penurias pues su semblante dejaba mucho que desear. Estaba escuálido y las partes que dejaba al descubierto un harapiento manto que en otro tiempo había sido azul. Aceptó de buena gana el caldo que compartimos con él. Sus recuerdos comenzaban a fluir lentamente durante la conversación que mantuvimos entonces. Hacía alusiones acerca de un extraño vino de las bodegas de Qua-Arnaan y también hablaba sobre una losa partida, todo ello en medio de innumerables lagunas temporales, en las que se quedaba absorto mirando la luna. 

El breve período de tiempo que el anciano compartió a nuestro lado durante nuestra travesía por las montañas estuvo plagado de extraños sucesos. Nos vimos obligados a atravesar un río y, cuando quisimos darnos cuenta el anciano había desaparecido de nuestra vista. Sorprendentemente, el enclenque hombre ya se encontraba en la otra orilla, completamente seco. A ratos, se quedaba atontado mirando hacia Morrslieb mientras sus ropajes se agitaban en una ausencia total de viento. 

El camino parecía carente de toda vida. Desconozco cuánto tiempo anduvimos hasta que me percaté de la ausencia de insectos en el camino. La noche era cerrada cuando encontramos las ruinas de lo que nos pareció un antiguo templo en honor a Sigmar. La plenitud que Morrslieb mostraba hacía sospechar a Heinrich que nos encontrábamos en la Noche de los Difuntos. En apenas unos instantes, las nubes se arremolinaron sobre nosotros, dando lugar a una repentina lluvia negruzca. La sensatez dictaba en aquel momento que debíamos refugiarnos. Casi tuve que arrastrar al anciano Heinrich al interior del templo, ya que sufrió otro de sus repentinos colapsos. Repetía “Darr” continuamente. 

El templo sigmarita no presentaba mejor aspecto en su interior. Mis compañeros hallaron en el suelo un portón metálico oculto por escombros en el que había inscritas runas enanas y decidieron explorarlo. Tras la entrada se hallaba una cámara mejor conservada, muy ornamentada con grabados de escenas bélicas que hacían referencia a alguna antigua alianza de hombres y enanos contra el Caos. Nos resguardamos allí de la creciente tormenta, mientras los rayos iluminaban la sala por la entrada del techo. Cuando el ojo de la tormenta se situó sobre el templo un rayo cayó e impactó en la pared, partiendo la losa y fundiendo el metal que se encontraba detrás de esta. El suceso pareció revitalizar la mente del famélico anciano, que sin pensárselo dos veces se adentró en el hueco de la pared. 

Al seguir al viejo Heinrich nos situamos en una enorme cámara dividida por un barranco. Este nos separaba de una plataforma con tres enormes puertas, y como único medio para llegar un aparato que Grimnioz reconoció como manufactura de su pueblo. Tras recomponer las poleas con un trozo de cuerda nos dirigimos al otro extremo de la 
sala. En los portones había huecos del tamaño de manos humanas y enanas, y una advertencia en idioma enano. La puerta central presentaba un aspecto distinto a las otras; Heinrich reconoció las marcas de la puerta como signos del dios Khorne. 

Nos arriesgamos a abrir la puerta de la izquierda. Mientras yo intentaba que el cada vez más intrigante anciano no volviera a desaparecer, Heinrich y Grimnioz pusieron sus manos en las marcas y el portón comenzó a abrirse de par en par. El suelo de la habitación estaba repleto de ropajes y armaduras, junto con los huesos y otros restos de sus antiguos portadores. Grimnioz examinó los dibujos de las paredes y descubrió que el templo hacía honor a la antigua alianza entre los pueblos de los hombres y los enanos. También encontró escenas de la derrota de un poderoso guerrero del Caos bajo la lanza de Grimbul Yelmodehierro. Hallaron también un pequeño saco con monedas antiquísimas y una placa de gromril con un dibujo en el que aparecían el dios hombre Sigmar y Grimbul Yelmodehierro juntos, aparte de un yelmo para el enano y un escudo que, según Heinrich, rezumaba algo de magia. Salieron de la cámara y ésta vez fuimos Grimnioz y yo quienes nos arriesgamos a posar nuestras manos en el portón de la derecha, mientras nuestro compañero cuidaba de su tocayo. Las compuertas volvieron a abrirse por arte de magia.

En aquella sala no había más que algo similar a un ataúd de piedra y una inscripción sobre esta, ilegible debido a unas corrientes de aire. Intenté ahogarlas con mi capa de lana el tiempo suficiente para poder leer la inscripción. No debí hacerlo, y Grimnioz no logró darse cuenta de lo que iba a hacer a tiempo de detenerme. La capa estalló en una bola de fuego y un ser de los avernos apareció de entre las cenizas durante el tiempo suficiente para que me susurrara su nombre, el cual prefiero no recordar. Ese nombre rechinó en mi cabeza, me paralizó y sentí como afectaba todo mi ser. Era como si mi alma se retorciera, luchando por escapar de su envoltura de carne y hueso. Grimnioz pedía la ayuda de Heinrich mientras observaba cómo me retorcía a causa de los dolores que sufría en cuerpo y mente. Heinrich acudió en mi auxilio, lanzándome un hechizo para tratar de detener el mal que atosigaba mi mente. El hechizo surtió efecto, al menos en parte. Cuando estuve más calmado vi el rostro del mago, y como la expresión de su cara cambió de repente. Algo terrible estaba a punto de suceder.
 
Oímos un estruendo y el golpear de montones de pedruscos en el suelo. Me levanté como pude y corrimos hacia la sala principal, para descubrir que la enorme puerta central había sido hecha pedazos... desde el interior. Frente a ésta se encontraba el anciano con un aspecto completamente distinto. Su mirada ya no estaba perdida, su nueva sonrisa le daba a su rostro una apariencia siniestra y sus raídos ropajes habían recobrado su tono azul original. Hacia él se acercaba una figura esquelética enorme que llevaba una siniestra armadura completa, mellada por las innumerables batallas sufridas y un hacha de doble filo ornamentada con varias runas de aspecto maléfico. El anciano había recobrado su apellido, junto con el resto de sus recuerdos. Se trataba de un nombre que mi compañero mago había aprendido a tener cuidado de no pronunciar demasiado alto. Él era Heinrich Kemmler, Patriarca de los Condenados, y Krell era el nombre por el cual respondía su aterrador guardaespaldas, muerto y vivo a la vez. Nos agradeció lo que habíamos hecho por él dejándonos con vida, pues parecía convencido de que sus renovadas capacidades lograrían hacernos sus esclavos tarde o temprano. 



Desaparecieron del lugar con alguna clase de ardid mágico mientras trataba de reponerme. El lugar comenzaba a mostrarse peligroso, pues el hechizo que hubiera usado el nigromante para resucitar a su esquelético lugarteniente había hecho que los huesos de los difuntos comenzasen a moverse. Nos apresuramos a salir de aquel maldito templo. Por fortuna las poleas del artefacto elevador aguantaron el peso de los tres. Cuando salimos a la superficie del templo, la lluvia había cesado y nos pusimos rápidamente a localizar la dirección en la que se encontraba de la aldea más cercana. Las palabras entre nosotros caían con cuentagotas mientras tratábamos de sobreponernos a los acontecimientos que habíamos vivido. Continuamos avanzando por el camino cargando con el peso de la responsabilidad que nos tocaba sobre los hombros. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...