jueves, 22 de agosto de 2013

Aventuras por el Viejo Mundo (capítulo siete)


Séptima Entrada
Cazadores cazados


Nuestro camino a través de la Garganta de la Roca Negra nos había hecho llegar a las puertas de la parte superior de las montañas. Abandonamos el hogar de los enanos con renovadas energías y con los ánimos listos para enfrentarnos a las penalidades del camino. La travesía hacia lo alto de las montañas comenzó a tornarse blanca por la nieve y el camino, aunque transitable, se hacía costoso.



Pasamos cinco días de viaje por las montañas sin percances. Aquella noche habíamos acampado bajo el cobijo de un saliente de roca en una zona próxima al camino cuando empezamos a escuchar una ronca y tosca melodía. Conforme se iba acercando a nosotros escuchaba que la canción hablaba del sabor de las razas del viejo mundo. Bajo la luz de Mannslieb aparecieron las siluetas de seis ogros que arrastraban un carro de prisioneros. El desafortunado final que seguro iban a padecer desafortunados prisioneros de los ogros nos animó a librar al mundo de aquellos carnívoros maleantes. Sin perder mucho tiempo me adelanté a los ogros por la ladera de la montaña y coloqué una de mis trampas en el camino oculta bajo la nieve. Regresé junto con mis compañeros, que habían seguido mis pasos hasta una zona oculta. Por desgracia los ogros pasaron junto a la trampa sin pisarla, de modo que tuvimos que idear un nuevo plan para distraerlos.



Heinrich y yo nos adelantamos a los ogros nuevamente mientras Grimnioz vigilaba nuestra retaguardia. Llegamos a la parte trasera de un montículo a varios metros del camino. Comencé a imitar los sonidos de un rumiante con la esperanza de atraer la atención de alguno de ellos. Supe que el reclamo obtuvo el efecto deseado cuando Grimnioz desde la distancia nos avisó de que uno de los ogros se dirigía a nosotros. Cuando el ogro estuvo lo bastante cerca Heinrich le lanzó un hechizo que hizo que el ogro casi me cayese encima mientras roncaba. Aproveché la ocasión para rebanarle la garganta de un tajo con el cuchillo. Por fortuna sus compañeros no le habían esperado mientras se aventuraba a cazar cabras y habían continuado su marcha.

Una vez pasado el peligro hicimos señas a Grimnioz para que siguiese a los ogros desde la retaguardia. Mientras tanto Heinrich y yo atajamos por la ladera nevada hasta que encontramos una cueva que, muy probablemente, le sirviera de cobijo a los ogros. Por desgracia los ogros llegarían en poco tiempo de modo que Heinrich y yo nos apresuramos a buscar posiciones desde las cuales nos fuese fácil tenderles una emboscada. Heinrich utilizó sus artes mágicas para conjurar un hechizo que le permitió volar hasta una posición elevada sobre la cueva. Yo, que soy un ser humano más
corriente, me tuve que conformar con refugiarme tras unos arbustos que se encontraban al lado mismo de la entrada a la cueva y apuntar al blanco con más posibilidades de ser abatido.

Los ogros se aproximaban a la cueva y si no hacíamos algo pronto sería el final de los ocupantes del carromato enrejado. Heinrich fue el primero en lanzar un ataque mágico a uno de los ogros cuando se hallaban en el punto intermedio entre Grimnioz y nosotros. Acto seguido, Grimnioz ocupó una posición en la retaguardia para disparar su pistola al mismo tiempo que yo. Era de esperar que ambos escogiésemos el mismo objetivo que Heinrich, pues parte de nuestro adiestramiento en las filas enanas consistía en elegir bien los objetivos. Nuestro ataque dejó muy debilitado al ogro. Los otros cuatro restantes se sobreponían a la sorpresa del ataque y rápidamente soltaron las cuerdas atadas al carro para sacar sus armas y prepararse para el combate.

El grupo ogro se dividió para atacar los tres puntos por los que estaba siendo atacado. Dos de los ogros se dirigieron hacia Grimnioz. El ogro herido y otro se encaminaban en una pesada carrera hacia mi posición, mientras que el último de los ogros se frustraba mientras intentaba trepar hasta el saliente al que Heinrich había conseguido llegar utilizando artes arcanas. Yo había cambiado la pistola por el arco, cuya velocidad de recarga no se podía comparar a la del arma de pólvora. Clavaba flechazos certeros en el cuerpo de los otros, pero eso apenas lograba detener su inexorable avance. Heinrich, consciente del peligro que yo corría, lanzó un nuevo ataque mágico hacia el ogro que ya se encontraba herido. Ese ataque, unido al flechazo que me dio tiempo a lanzarle, consiguieron abatir de una vez por todas a la criatura. No era un alivio saber cuánto daño eran capaces de soportar estas criaturas, pero si que lo fue la idea de tener que enfrentarme solo con una de ellas.

Los ogros de la retaguardia llegaron hasta Grimnioz al mismo tiempo que otro de ellos llegaba hasta mi posición. Por suerte para Heinrich, el ogro que le había elegido como objetivo no podía hacer otra cosa que lanzarle improperios mientras era objetivo de los proyectiles mágicos que le lanzaba. Esta ventaja propiciaba a Heinrich tiempo suficiente para mermar las energías de nuestros iracundos adversarios. Por desgracia no podía cubrir a Grimnioz desde la distancia. ¡Bastante tenía con aguantar los garrotazos que me propinaba aquella mole! Solo podía distinguir entre rápidos movimientos al enano bloqueando como podía los garrotes, o en ocasiones rodando por el suelo para
tratar de esquivarlos.

Por suerte vi venir bastantes golpes de cuantos me lanzó el ogro, y siempre que tenía la oportunidad trataba de asestarle los míos. Claro está que cuando el ogro lograba propinarme un solo golpe, bastaba para que saliera despedido varios metros y la cabeza me diera vueltas. Con la ayuda de Heinrich logré abatir a la corpulenta mole que me atacaba. En ese instante pude ver que Grimnioz había hecho caer a uno de sus oponentes, pero estaba malherido y el ogro que quedaba en pie se disponía a asestar a mi compañero el golpe definitivo. Antes de que eso pasara le lancé un flechazo y Heinrich le hizo objetivo de sus hechizos. Conseguimos retrasar el ataque del ogro lo suficiente para que Grimnioz lograse esquivar el golpe. Desgraciadamente estos hechos propiciaron que el ogro que antes se hallaba a los pies de Heinrich decidiera olvidarse del mago y correr hacia mí. El ogro logró propinarme un fuerte golpe que a punto estuvo de dejarme sin conocimiento. Heinrich se apresuró a acabar con el ogro que se enfrentaba con Grimnioz. Aún estando malherido, Grimnioz no dudó en acudir en mi auxilio. Yo estaba tirado en el suelo, bloqueando y desviando como podía con mi hacha los garrotazos del ogro que quedaba en pie. La apestosa mole agarro el garrote con ambas manos y se dispuso a aplastar mi cráneo, cuando vi aparecer una sombra entre el arco de sus piernas. La expresión burlona del ogro ante su oponente derrotado se tornó en otra cargada de incredulidad y agonía, para finalmente derrumbarse de espaldas. Ahora podía ver un jadeante Grimnioz, lleno de golpes y cubierto por su propia sangre y la de sus oponentes.



Grimnioz se sentía eufórico tras la batalla. Ni siquiera quiso esperar a que Heinrich liberase a los prisioneros cuando quería explorar el interior de la caverna. Con semejante panorama y mientras Heinrich se ocupaba de abrir los cerrojos del carro me apresuré a seguir a Grimnioz hacia la oscura entrada de piedra. Di alcance a mi maltrecho compañero. Pensé en aconsejarle que fuese cauteloso debido a su estado, pero preferí no molestar al enano herido con algo que seguramente tendría asimilado. Conforme avanzábamos una tenue luz nos hizo mantenernos alerta, además de una voz
ronca que resonaba por la cueva preguntando si le traíamos la cena.

Tras la curva natural que formaba la cueva nos encontramos a una hembra ogro de tamaño descomunal, postrada sobre varias balas de paja. Seguramente sería la madre del corpulento grupo que había estado a punto de despacharnos fuera de la cueva. Con un rápido vistazo observe que las piernas de la madre de los ogros apenas rozaban el suelo, de modo que me coloqué con total tranquilidad al otro extremo de la caverna.

Por otro lado, no sé si Grimnioz había recibido un duro golpe en la cabeza durante el combate anterior, o bien sintió la necesidad de enfrentarse al último de sus orondos oponentes en honroso combate. El caso es que Grimnioz no se lo pensó mucho y se lanzó hacia el monstruoso saco de carne y grasa que retozaba entre paja y heces mientras blandía su martillo sobre su cabeza. Logró propinar a la ogro un fuerte golpe, pero no bastó para dejarla fuera de combate. Comencé a lanzar flechazos al monstruo mientras observaba cómo extendía su mano para agarrar a Grimnioz.



Apenas hubieron transcurrido una veintena de segundos que pasaron ante mis ojos como si todo se hubiese ralentizado a mi alrededor. Mientras lanzaba flechazos al cuerpo de la ogro, observé cómo ésta agarraba a Grimnioz con una sola mano y lo levantó del suelo, dejándolo boca abajo. Mi sentimiento de impotencia crecía. Pude ver al monstruo abriendo sus fauces llenas de romos dientes podridos, y la manera en que tras morder el brazo de Grimnioz, este le quedaba colgando de un hilo. Grimnioz gritaba y se retorcía por el dolor, mientras intentaba molestar con mis flechas a la ogro todo lo posible para que no terminase su cena. Por fortuna para nosotros, Heinrich apareció corriendo en el interior de la cueva, alertado por los gritos. Entre los dos conseguimos por fin acabar con la ogro, pero para cuando eso había ocurrido Grimnioz yacía en suelo, desmayado a causa del dolor y con el brazo colgando de unos pocos tendones.

Poco después aparecieron desde el exterior tres de los cuatro prisioneros que custodiaban los ogros. Uno de ellos acudió rápidamente en auxilio de Grimnioz y comenzó a examinarle. Se trataba de Bongo, un halfling que demostró tener un valor o una locura innata. Tras asegurarse de que la vida de Grimnioz no corría peligro, sacó un pequeño estuche que contenía una serie de elementos quirúrgicos y se dispuso a coser el brazo, que poco le faltó para ser amputado de un mordisco.

Yo, por mi parte, poco más podía hacer. Me limité a recoger la trampa que había colocado y me eché a descansar en el interior de la cueva mientras los recién liberados montaban las guardias como agradecimiento. Mientras conciliaba el sueño intentaba asimilar por qué habíamos corrido un peligro tan innecesario. No digo que no me sintiera bien librando a aquellas personas de su fatal destino, pero lo ocurrido con Grimnioz... supongo que todos realizamos actos impulsivos alguna vez.

Bongo se encontraba exhausto debido a las penurias que habían sufrido él y sus compañeros montaraces, Hans y Klaus. Mucho más que ellos incluso, pues apenas había tenido tiempo para descansar, ya que había pasado buena parte de la noche remendando el brazo de Grimnioz. Fue una gran suerte que hiciese gritar con mis ataques a la ogro en el momento en que mordía el brazo de Grimnioz, pues nuestro compañero habría tenido que buscarse un trabajo como escriba o algo parecido. Incluso peor, pues durante un breve instante llegué a imaginarme a Grimnioz por completo dentro de aquellas enormes y apestosas fauces.

Le agradecimos a Bongo que, además de salvar la vida de nuestro amigo, nos proporcionase vendajes. Nos confesó que el ímpetu que demostró con nuestro compañero se debía no solo a su profesión de médico, sino a que el cuarto miembro de su grupo falleció mientras los transportaban. Mark, el cuarto miembro de su grupo, había sido herido gravemente en un costado cuando fueron capturados. Los ogros le habían quitado sus instrumentos y no hubo nada que pudiese hacer para salvarle la vida.

Algo que me sorprendió de Hans y Klaus fue su habilidad para sacar provecho de cualquier situación. Uno de los montaraces había estado recogiendo las pocas hojas de los arbustos de la zona mientras el otro comenzó a separar partes de la carne de los ogros a machetazo limpio. Al cabo de un rato, mientras que el carnicero se disponía a sazonar y cocinar la carne de ogro que había seleccionado, el otro se dedicó a preparar una improvisada tumba en la que enterrar a su difunto compañero.

Pasamos el resto del día en la cueva mientras disfrutábamos de un merecido descanso. Aprovechamos para recoger las armas que portaban los ogros y equipamos a los montaraces y al propio Bongo. Ellos tenían asuntos que atender en dirección opuesta a la nuestra, pero ambos grupos juramos amistad y guardamos un grato recuerdo de cómo nos habíamos ayudado los unos a los otros.

2 comentarios:

  1. Hola.

    Me he leído todas las aventuras hasta ahora y la verdad es que molan mucho.
    Solo un par de preguntas: ¿A que edición del juego jugáis?, ¿La primera, la segunda?, ¿la tercera? y los módulos son de fabricación propia o se pueden conseguir por la red?
    Es que tengo la segunda edición y me gustaría animarme a dirigir para unos amigos pero no veo como incaler el diente al juego.
    Gracias y sigue así.

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  2. Jugamos a la segunda edición. En concreto ésta aventura fue ideada por el Gran Nigromante (que la Gran Rata Cornuda lo mantenga entre sus fauces ;P). Sin embargo puedes encontrar algunos módulo en internet, y bajo el contador de visitas está mi correo... ;)

    Si te fijas en ciertos detalles, la aventura transcurre en un tiempo anterior al computo actual del imperio; puedes jugar con eso. Puedes organizar una partida de tripulantes de un barco que ha descubierto una ruta segura a las costas de Ulthuan para comerciar con los elfos, con la posibilidad de perder el rumbo y acabar en Lustria... lo que te venga en gana, es lo bueno del rol.

    Y me alegro de que te estén gustando. Aún quedan unos cuantos capítulos. :)

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