jueves, 29 de agosto de 2013

Aventuras por el Viejo Mundo (capítulo 10)


Décima entrada
El viaje continúa


Mientras nuestros pasos nos conducían por aquella senda en dirección a nuestra siguiente parada en Karak-Azrizungol, a los pies del Monte Lanza de Plata, no podía evitar repasar mentalmente todos los acontecimientos vividos junto a mi compañero mago Heimrich Ritcher en los últimos meses: nuestro encuentro en uno de los múltiples regimientos de Piero Enzo; nuestros numerosos encontronazos con los hombres-bestia y otros sirvientes del Caos por el largo y ancho del Viejo Mundo; la travesía que compartimos junto con Otto Heishner y su cuadrilla de enanos transportistas de cerveza de Zhufbar; el alivio que sentí al librarme de tener que explicarles a las sacerdotisas de Valaya nuestra desafortunada incursión en aquel turbio asunto relacionado con Heimrich Kemmler; la batalla en la que logramos prevalecer sobre los regimientos de hombres-bestia del hechicero Grindel en Villa Vohemheimner junto a Piotr y sus hombres; la heroica y sangrienta muerte de Grimnioz, su funeral de honor y el martillo que una vez fue suyo y que ahora roza mi espalda a cada paso que doy...

Hacía horas que habíamos partido del poblado antiguamente conocido como Villa Vohemheimner y que ahora tenía el nombre de su héroe, mártir y salvador, mi compañero de aventuras Grimnioz Bronson. Mientras repasaba con la mirada el arcabuz que Piotr me había entregado en agradecimiento por salvar su poblado y me vino a la mente el momento en que tuve que romperle el corazón a aquella mujer de la aldea al confesarle que su hijo había muerto hacía días. Observé cómo Heimrich jugueteaba entre sus dedos con el pequeño talismán que la hechicera Fiona le había entregado días antes mientras caminaba con la mirada perdida, absorto en sus pensamientos. Supuse que estaría pensando en lo mismo que yo, pero aquel día no nos dijimos prácticamente nada. Hay momentos en los que se me olvida por qué sigo en este negocio.

Por fortuna, Piotr nos había facilitado un par de ponis para facilitarnos el transporte de provisiones por las montañas. Tras un día de camino, divisamos en el valle lo que parecía un pequeño torreón. Decidimos acercarnos para intentar tomar una referencia de dónde nos encontrábamos. A medida que avanzábamos logramos discernir mejor la naturaleza de la estructura. Se trataba de un enorme altar con enormes bocas labradas rudimentariamente en madera y piedra, adornado por toneladas de huesos limpios y triturados. A los pies del altar se hallaba atado por enormes cadenas un enorme ogro cuya piel estaba prácticamente cubierta de cicatrices. Nos acercamos con cautela para comprobar si la criatura se encontraba todavía con vida. De repente, como si fuera el resorte de un arma, el ogro salió de su letargo, se estiró hacia adelante todo cuanto le permitían sus cadenas y, quedando a escasos centímetros de mi cara, bramó encolerizado por recuperar su libertad.

Y mi vista se nubló.

- Hombrecillo – me susurraba una voz ronca perdida en la oscura lejanía mientras comenzaba a percatarme del enorme zarandeo al cual me estaba sometiendo el ogro. - ¡Espabila hombrecillo! Mis antiguos compañeros se están acercando y andaban con ganas de pelea.- Cuando recuperé el sentido y me di cuenta de que estaba siendo zarandeado de un lado a otro por el ogro me tenía sujeto por la cintura, comencé a gritar  y a patalear temiéndome lo peor.

Tras posarme en el suelo, Heimrich me agarró del hombro y me llevó corriendo a ocultarnos tras una pila de huesos a varios metros del altar. El ogro volvió a sujetarse de las cadenas y se hizo el desfallecido. Heimrich me puso al corriente de la situación ya que por lo visto había estado sin conocimiento un buen rato. Por lo visto, el ogro había recuperado el sentido en el mismo instante de nuestra llegada. Era el líder de una cuadrilla de ogros mercenarios que ahora se estaba aproximando a la zona, precedida por un ruidoso cántico que imploraba sangre para el dios de la sangre. Al parecer el ogro, de nombre Grotón, fue capturado hacía años y vendido como gladiador en la ciudad de Altdorf. Tras recuperar su libertad volvió a reunirse con sus antiguos compañeros pero se encontró con que estos ya no adoraban a las Grandes Fauces y ahora portaban los emblemas de uno de los pérfidos dioses de los poderes ruinosos. Lo que más le sorprendió a Heimrich era que Grotón había demostrado tener una verborrea y elocuencia mucho mayores que las de muchos humanos, probablemente desarrolladas durante su estancia en Altdorf. Ese fue el motivo por el cual Heimrich creyó que probablemente su historia fuese cierta y restableció su vitalidad mientras yo me echaba el sueñecito.

Mientras tanto, el grupo de ogros enfundados en oscuras armaduras del Caos había cogido a Grotón y lo habían lanzado al suelo. El nuevo líder del grupo se dirigió frente a Grotón y el resto de ogros se pusieron a su alrededor, formando una improvisada arena de combate. Grotón se hallaba claramente en desventaja por las palizas sufridas con anterioridad, y el ogro rival le tomó la delantera. Los demás ogros rugían babeantes mientras el nuevo jefe lanzaba un puñetazo tras otro. Grotón apenas lograba contraatacar y pese a que logró asestar unos contundentes golpes que pusieron en graves apuros a su rival acabó por morder el suelo.

En ese momento Heimrich y yo, en vista de que el ogro no había resultado un ser despreciable como sus antiguos camaradas, decidimos intervenir. Envolvimos a los ogros y disparé mi nuevo arcabuz sobre el grupo que presenciaba la pelea, logrando así atraer su atención y permitiendo a Heimrich acabar con el ogro vendido al Caos. Grotón aprovechó el momento para incorporarse y recoger su arma junto al altar. Mientras, los ogros quedaron confusos por la muerte de su líder y por los ataques que sufrían por mi parte y la de Heimrich. Uno tras otro y jugando con la distancia logramos acabar con ellos, aunque Grotón quedó gravemente herido tras su último enfrentamiento.

- Tranquilo, te quitaré todos los males – decía Heimrich mientras se dirigía con paso veloz hacia el agonizante ogro, al mismo tiempo que realizaba una serie de complejos gestos con sus manos a fin de realizar algún tipo de hechizo sanador. De repente, tras realizar el giro de muñeca que concluía la ejecución de su conjuro, algo inesperado ocurrió y todas las prendas que cubrían el cuerpo de Heimrich salieron despedidas en todas direcciones a varios metros alrededor del mago. Fue en ese instante en el que conocí la vergüenza ajena. Me senté a aguantarme la risa y a esperar a que mi compañero estuviera más presentable. Escuché pasos detrás. Al girarme, vi a Heimrich, de nuevo ataviado con su vestimenta habitual aunque con una expresión en su rostro mucho más seria de lo normal, y a Grotón, que aún tenía pegados en sus dedos trozos del corazón espachurrado de su ex-compatriota; en ese instante se me terminó de quitar la carcajada del cuerpo.

Una vez calmados los ánimos me quedé asombrado con la enorme facilidad que tenía el ogro para relacionarse con nosotros. Sin duda alguna Grotón era diferente a los de su raza y estaba muy habituado a tratar con los humanos. En vista de que Grotón ya no tenía nada que le atase a este lugar, decidió que sería buena idea partir junto con los hombres que le habían salvado el pellejo, pese a que a mí no me hiciera la más mínima gracia tal circunstancia.


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