viernes, 21 de septiembre de 2012

Eltharion (relato clásico, 1)




Procedentes del este, como traídos por la tormenta, llegaron los Goblins. Cabalgaban sobre las olas en una flota de buques burdamente construidos, cada uno tripulado por cientos de guerreros pieles verdes. Llegaron a la pedregosa playa, con sus barcos maltrechos por el viento y sus velas hechas jirones. La mitad de los guerreros de la poderosísima horda se habían perdido. Habían perecido en el mar, muertos a causa del escorbuto, devorados por los krakens, sus buques habían sido arrojados contra las afiladas rocas y arrecifes, o sus mentes habían enloquecido por las ilusiones sufridas al navegar entre las Islas Cambiantes. Más de la mitad de la horda había desaparecido, pero los guerreros supervivientes no estaban desanimados. Dos veces diez mil vivían todavía, y sus ojos brillaban con una maldad desenfrenada.

Grom era su líder, de gran barriga, complexión fuerte, cruel de corazón y mente astuta. Siguiéndole, la horda había trazado una ruta desde el rocoso corazón de las Montañas del Fin del Mundo a través a través de las marcas del Imperio hasta las orillas del Mar de las Garras. A lo largo de esta ruta habían asaltado los castillos de los hombres y saqueado las tumbas de los reyes enanos. Habían derrotado ejércitos y masacrado incontables miles de personas. Grom podía haber edificado su imperio en el Viejo Mundo. Podría haber destruido los reinos enanos y haber edificado su imperio entre las ruinas, pero decidió no hacerlo, porque Grom tenía una visión. Sabía que su destino estaba al Oeste, en ultramar. Sus dioses habían hablado y le dijeron que él era el azote de los Elfos. Grom era la voz del Waaagh. Tocado por los dioses, era la viva encarnación del espíritu de conquista de su pueblo. De pie en esa maldita playa, había prometido a sus tropas nuevas tierras que conquistar, nuevos enemigos que aniquilar, nuevos tesoros que saquear. Grom había hablado y la horda le creyó, porque Grom verbalizaba los pensamientos que sus dioses habían colocado en todos sus oscuros corazones.

Habían construido inmensos cascarones flotantes y se habían hecho a la mar. Las corrientes les habían arrastrado muy al interior del Océano Occidental, hasta que la tormenta los atrapó en sus garras de hierro. Igual que la mano de un dios maligno, les arrojó a la costa de Ulthuan. El mar embravecido había obligado a regresar a puerto incluso a los transoceánicos buques Élficos, por lo que los guardianes de Ulthuan no sabían nada de la fuerza de invasión que se aproximaba. Los aullantes vientos partieron las nieblas mágicas que durante tanto tiempo habían protegido las Costas Orientales. Fue como si el oscuro destino deseara que esta maldición cayera sobre los Elfos.

Los barcos atracaron en Cairn Lortherl, en el reino que los Elfos llaman Yvresse. Grom mandó desembarcar a sus guerreros y luego ordenó quemar todas las naves. Cuarenta días con sus cuarenta noches en el mar habían acabado con la paciencia de Grom, que juró no volver a poner el pie sobre ningún tipo de barco.

Al son de los enormes tambores, la horda avanzó hacia el Sur, incendiándolo todo a su paso. Cayeron sobre los aislados puestos avanzados de los Elfos como hormigas guerreras puestas en marcha. En el pueblo de Kaselorne, un elfo moribundo reveló la existencia de la ciudad de Tor Yvresse, jurando que el Guardián de la Ciudad acabaría con todos ellos. Grom se rió en la cara del elfo y le dijo que se daría un banquete con el corazón del Guardián. Sin embargo, la historia del elfo de una ciudad de guerreros con cotas de malla de plata agitó el salvaje corazón de Grom, que supo que este era el lugar que debía conquistar. Sería la capital de su nuevo reino.

La noticia de la llegada de la horda llegó a la ciudad de Moranion, Señor de Athel Tamarha. El viejo noble elfo se mostró profundamente preocupado por las noticias. Su hijo mayor y la mayoría de sus tropas estaban en las lejanas tierras del Norte, luchando contra los invasores Elfos Oscuros. Su hijo más joven, Argalen, estaba en Tor Yvresse estudiando magia bajo la tutela del Guardián. El corazón del viejo elfo ya estaba apesadumbrado al llegar la noticia de que su primogénito, Eltharion, yacía en aquel preciso instante ante las puertas de la muerte, con la herida de una daga envenenada de un brujo elfo clavada cerca del corazón. Envió pájaros mensajeros al Guardián con las noticias de la llegada de la horda que se acercaba, y a continuación envió a los pocos exploradores que le quedaban para hacer un reconocimiento de la horda Goblin.

(continuará)

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