jueves, 22 de marzo de 2012

Los recuerdos de Thanquol (relato clásico, 2)




¿Pero qué tendría que temer? ¿Acaso no era él un Vidente Gris, el más potentado de entre todas las ratas-mago, más astuto que cualquier agente del Consejo? ¿No había atravesado los Trece Círculos de Iniciación, y caminado con los ojos vendados por el Laberinto de la Muerte Inevitable? ¿Acaso no había asesinado a su propio mentor de hechicería y devorado su alma? ¿No había sobrevivido tres generaciones desde su nacimiento? ¿Acaso no era el responsable de algunos de los mayores éxitos del consejo en los últimos años?


Thanquol se permitió a sí mismo una relamida bien merecida. ¿Acaso no había comandado el asesinato del Señor de la Plaga Skratsquick, y no había acabado con el rebelde Señor de la Guerra Kaskat y puesto a su clan a la altura de los talones? Todavía se regodeaba ante el pensamiento de cómo condujo a Kaskat y a todos sus asesores a una conferencia de paz y de cómo logró que cada uno saltase hacia la garganta de otro con sospechas de traición.


¿No se había adentrado en la ciudad humana de Miragliano en Tilea y venció sobre los despellejados burgomaestres en beneficio de la causa Skaven al prometerles poder y la vida eterna? Aquellos locos insensatos estuvieron más que dispuestos a creer en su hechicería. ¿No había comandado al ejército que acabó con la banda de guerreros del Caos de Alarik Melena de León cuando había amenazado los dominios del Consejo en el norte? ¿Y no había acabado personalmente con el Nigromante Vorghun de Praag en combate singular? ¿No debían contar para algo todos esos hechos en el juicio del Consejo?


Cierto, había habido algunos ligeros contratiempos. Todos los Burgomaestres de Tilea mutaron por el polvo de piedra de disformidad que les había dado a consumir, y fueron apedreados hasta la muerte por sus conciudadanos. Alarik únicamente se detuvo al coste de las vidas de cada Skaven bajo su mando. Vorghun había regresado como liche más fuerte que nunca y había jurado enemistad eterna hacia la raza de los Skaven por lo que él vio como una traición. Todos esos no eran más que contratiempos temporales hacia el Gran Plan. No eran fracasos. Solo el idiota más ciego podría considerarlos tal cosa. El Consejo no era ni ciego ni estúpido. Ellos serían conscientes de su valor. Sí, lo serían.


Mientras se aproximaban a la Torre Partida, Thanquol controló la imperiosa necesidad de exudar el almizcle del miedo. Él era un Vidente Gris, el más poderoso de todos los hechiceros Skaven y rehusaba la idea de tener miedo. Sí, le repudiaba mostrar temor, incluso en presencia de la ira del Consejo. La visión de su enorme masa locamente retorcida no lo llenó de temor. No, sus miembros no temblaban ante su vista. Dejaba que las demás ratas supersticiosas evitaran adentrarse en las sombras de la gran torre. Él estaba por encima de todo eso. Ya se había adentrado antes en el interior de la torre, durante su iniciación, y no tuvo temor entonces. Dejó que su mente divagase en los recuerdos de aquellos días felices, aquellos lejanos días en los que era un avezado e inexperto joven.



No había estado batallando desde la madriguera más baja de Plagaskaven hasta su embriagadora posición de poder siendo un cobarde. Él era valiente y feroz. Fue el más pequeño y débil de su camada, con remarcada diferencia por el distinto color de su pelaje. De seguro que debería haber muerto en las turbias profundidades gaseosas, devorado por sus congéneres o muerto en una de las múltiples explosiones y derrumbes que se llevaron a los demás de su camada. Sí, él debería haber muerto pero no lo hizo, porque había sido elegido.


Su ferocidad natural había compensado con creces su falta de tamaño, y su temible color grisáceo ha inspirado tanto temor como odio entre sus semejantes. Su innata astucia le permitió diseñar trampas para acabar con aquellos que le habían humillado de un modo u otro, y su desarrollada inteligencia y elocuencia lo llevaron a convertirse en el líder de su camada. Nadie se ha atrevido a enfrentarse a su temperamento, no desde que tuvo un pequeño ejército bajo su mando.


Y aún había más: no había sobrevivido simplemente por tener ferocidad, astucia y suerte. Cuando el temblor de tierra hizo que el techo se colapsara, una especie de sexto sentido le impulsó a salir corriendo y lo guió hasta una parte segura de los túneles que se estaban desplomando. Cuando las vagonetas motorizadas se estrellaron y todos sus ocupantes murieron, alguna clase de instinto le advirtió que no subiera en el último segundo. Incluso cuando agentes de Clan Skryre llenaron la madriguera de su clan con el viento envenenado que previamente conocía, fue alertado en un sueño y huyó a través de los sumideros hacia un sitio seguro. Únicamente había alertado a aquellos seguidores que le habían demostrado las más altas gestas de respeto.


Sus sueños le han llevado a seguir la petición de los guardianes del Consejo. La Gran Rata Cornuda le había hablado y le había hecho saber que él era su elegido. Thanquol la había escuchado y se aventuró en el templo junto con todos aquellos aterrorizados y jóvenes Skaven que solicitaban entrar al servicio de la Gran Rata Cornuda. En el interior del Templo se había enfrentado a la Prueba de la Muerte. Había adivinado correctamente cuál de las Trece Puertas debía atravesar y anduvo con seguridad hacia el Santuario de la Rata Cornuda mientras los demás cayeron en las Cámaras de Condenación Certera.


Los Videntes supieron entonces que Thanquol era único, genuinamente tocado por la garra de su señor, y le dieron la bienvenida entre risitas mientras escuchaban los agonizantes gritos del resto de candidatos que fracasaron.


Mientras Thanquol y la guardia albina atravesaban el camino de entrada hacia la Torre Partida, el silencio disminuía. El ruido de la ciudad disminuyó del todo como si hubiesen atravesado una cortina mágica invisible. El aire se tornó más frío y se tiñó de humedad. Le recordó intensamente el día en el cual había sido conducido al Sacro de Sacros, el santo lugar en el cual la Rata Cornuda se manifestó a las escrituras de los Videntes Grises y puso fin a la Gran Guerra Skaven, hace cerca de doscientos años.


Recordó la impresión que le dio el gran pilar de trece caras, el cual sostenía los ciento sesenta y nueve mandatos inscritos por la Rata Cornuda en persona. Alzó la mirada hacia la reliquia dejada por el único ser en todo el universo que, en su oculto corazón de Skaven, reconocía ser tan grande como él mismo.


Los Maestros de su Orden no tuvieron la necesidad de ordenarle que se humillara ante el Pilar. Se lanzó contra el suelo en pleno éxtasis de adoración. Incluso durante tal frenesí algún tipo de instinto le advirtió que no tocara las runas inscritas en el pilar. Los maestros chasquearon sus colas con sabiduría, pues reconocieron que él era uno de los Elegidos.


Aún entonces era demasiado joven. Acababa de ser iniciado en los misterios de su orden. Nunca antes había degustado el refinado polvo de piedra de disformidad que le proporcionaba toda clase de visiones maravillosas de carnicería y muerte danzante en su cerebro. Aún no había aprendido los secretos rituales que afinarían sus poderes precognitivos, los cuales le permitirían desgarrar el velo del acontecer. No había sido instruido en las artes secretas de adivinación que le revelarían en su agudizada mente las conspiraciones de sus adversarios , o los mortíferos hechizos que aniquilarían los ejércitos de sus enemigos.


Entonces no sabía nada, pero era joven, sagaz y capacitado para el aprendizaje. Comenzó a destacar con rapidez entre el resto de aprendices. Había vivido mientras otros de su misma edad habían fracasado. Los recuerdos del destino que sufrieron aquellos que fueron iniciados al mismo tiempo que él solía arrancarle unas risitas en las momentos de mayor oscuridad.

(Mañana la 3ª parte)

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