lunes, 26 de marzo de 2012

Huir como ratas (Campaña; Imperio, semana 4)

El suelo temblaba más y más, a medida que las descomunales ratas-ogro avanzaban galopando con el frenesí que les inculcaban los señores de las bestias a latigazos de piedra de disformidad. El sudor corría por las frentes de los arcabuceros, mientras esperaban ansiosos la orden de Johan Karl de disparar. El general del imperio, a lomos de su pegaso, divisó una figura que sobresalía por encima de la bestia más descomunal de todas las que se dirigían con ansia de sangre hacia sus hombres. El hombre rata, que portaba una enorme espada que sujetaba con gran destreza para lo mucho que se agitaba la arcaica estructura de palos anclada a la espalda de la inmensa rata-ogro, agitaba su mandoble en dirección al reducido grupo de lanceros.

- ¡Muy bien! - espetó Johan Karl, dejando escapar un reflejo en su voz de lo que tal vez sería un deje de su ascendencia bretoniana.- ¡Acabad con esa chusma repugnante!-

Los nerviosos arcabuceros dispararon sus armas sobre las criaturas de oscuro pelaje llenas de músculos. Una de las ratas-ogro cayó abatida por los disparos para, finalmente, morir entre una mezcla de gritos de dolor e incomprensión. Sin embargo, las demás no parecieron acobardarse lo más mínimo y continuaron su implacable avance en dirección opuesta a los latigazos de sus amos.



Ratt Arreacosas vio que era el momento de arremeter contra los lanceros. Con la visión del terreno que le proporcionaba su elevada posición a lomos de su rata-ogro Cometripas, comprendió que cargar contra los arcabuceros supondría arriesgarse a que alguna de esas balas perdidas lo alcanzara. Sí, prefería que fuese la inmensa rueda de la muerte que había adquirido al Clan Skryre en el último momento antes de su partida a esas islas. Ordenó a los señores de las bestias que azotaran a las demás ratas-ogro hacia las cosas-humanas con alabardas. Como era de esperar, el cabecilla de las cosas-humanas se había puesto a cubierto entre el grupo de lanceros y la compañía de cosas-muertas que lo acompañaba.

-Maldito cobarde,- pensó mientras la espuma comenzaba a rebosar de su boca. - Qué vergüenza-vergüenza, esconderse de esa forma entre sus subordinados.-

Para Ratt Arreacosas todo comenzó a ir sobre ruedas. Todo, salvo la propia rueda de la muerte, cuyo inepto piloto no lograba controlar correctamente, haciendo una serie de giros extraños en dirección opuesta al enemigo. Los verdosos rayos despedidos de los picos tallados en piedra de disformidad de sus extremos acabaron por calcinar a varios de sus guerreros. Le habría hecho pagar caro tal desafortunado incidente al encargado de pilotar el demoledor artefacto, de no ser por que, al otro lado del campo de batalla, el ingeniero-brujo estaba haciendo estragos con sus hechizos las filas del oponente. Los pocos lanceros que quedaron vivos de cuantos guardaban el flanco huyeron despavoridos, mientras los cuerpos de sus compañeros calcinados por el fuego verde brillante caían a plomo al suelo hasta terminar de consumirse. La horda de ratas gigantes guiadas por los señores de las bestias lograba entretener de forma efectiva el tenebroso e inamovible destacamento de guerreros esqueléticos que protegía al general humano.

La carnicería que vino después era algo que Johan Karl no pudo ni imaginarse en el peor de los desenlaces. Las garras de las feroces ratas-ogro abrían con sus garras las corazas de sus hombres como aquél que parte una nuez, para darse un festín con el interior de sus ocupantes. Las pocas lanzas se incrustaban en el duro pelaje de las monstruosas aberraciones apenas hacían que sintieran el más mínimo daño. Aprovechando el momento en el que el hombre-rata lanzaba rabiosos chillidos al monstruoso grupo de bestias que se estaba engullendo a sus compatriotas, Johan Karl, con una expresión en su rostro que reflejaba una mezcla del terror y el sentimiento de venganza que le corroía, ordenó la retirada de sus hombres hacia el asentamiento.

Arreacosas se bajó de su montura y agarró del pescuezo a uno de los cuidadores, acusándole de ser un traidor comprado por los humanos, ya que extrañamente las ratas-ogro no continuaron persiguiendo a sus enemigos, sino que se quedaron a darse un festín con las vísceras de los lanceros. Recordó ligeramente en aquel instante las súplicas que anteriormente le había hecho el mismo señor de las bestias para descansar y dar de comer a las mutadas criaturas, pero pareció no importarle lo más mínimo.

2 comentarios:

  1. Muy entretenido el relato de la campaña, muy bien relatado.

    ResponderEliminar
  2. Me encanta. ¡Qué monas las ratas-ogro...! xD Por cierto, hablando de imperio, ¿has visto las fotos del nuevo imperio? Quiero tu opinión, Yibrael, por favor XD

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...