lunes, 14 de noviembre de 2011

La isla de sangre (capítulo 5)


Caladris tropezó y cayó soltando un llanto de dolor. Mientras caía a sus rodillas, la capa color cobalto de sus ropajes lo envolvió como una mortaja.

Las Tormenta se han apoderado del Gran Océano durante meses y la cubierta de la Llama de Asuryan era una mezcolanza grisácea de lluvia y espuma de mar, pero la caída del joven mago no pasó desapercibida. Varias figuras saltaron desde el aparejo y corrieron para ayudarlo a ponerse en pie, entregarle su vara, tirando de sus ropajes y observando con preocupación su rostro blanquecino.

“Llevadme ante el príncipe” jadeó Caladris, apoyándose sobre sus hombros como si tuviera un gran peso sobre su espalda mientras se ponía en pie. “Algo terrible ha ocurrido.”

El guardián se estremeció al ver el dolor escrito en el rostro de Caladris. La flota élfica había partido desde Ulthuane hacía casi un año, y el estudioso joven había sido el blanco de sus bromas desde entonces; al verle de esa forma – enormes ojos desesperados que parecían pegados a un cuerpo con enclenques brazos – incluso el más endurecido de ellos sintió lástima. A medida que ayudaban al mago a cruzar la cubierta, levantaron sus escudos para protegerle un poco de la furia de la tormenta, mientras lo conducían hacia el camarote del príncipe.

“¿Pero por qué no he oído nunca hablar de esa roca?” exigió saber el Príncipe Althran, Jinete de Tormenta. La voz del noble contenía un tono afilado mientras se tambaleaba atrás y adelante, intentando restablecer el orden a su cabina de mando. Al abrirle la puerta al mago, permitió que la tormenta bailara con las cartas y los mapas que cubrían su escritorio, haciendo que se desperdigasen por las cuatro esquinas del camarote. Mientras Caladris se dejaba caer débilmente sobre la silla tras la puerta, el príncipe recogía sus papeles y los guardó en un alto armario de marfil, suspirando por la molestia que sentía al ver sus papeles empapados. Incluso con la puerta cerrada, la furia de la tormenta era inevitable y mientras regresaba a su mesa, el príncipe tuvo que sujetarse a una de las vigas del bajo techo para no perder el equilibrio. “Si se trata de un talismán tan poderoso, de valor incalculable y guardado en una de esas islas, ¿cómo es que yo no sabía nada de su existencia?”

Caladris no pudo responderle inmediatamente. Empezó a temblar mientras repasaba mentalmente los acontecimientos y se limitó a asentir con gratitud cuando el príncipe le ofreció una copa de vino.

La expresión del Príncipe Jinete de Tormenta se suavizó al ver ervioso que se encontraba su joven encargado. "Cálmate, no te apresures" dijo al joven mago sentándose frente a él mientras se servía una copa de vino.

Caladris apuró del todo el interior de su copa y abrió los ojos. "Me dijeron que incluso en la Torre Blanca hay muy pocos que sepan de la existencia existencia de la piedra. Se lo aseguro, no es una crítica hacia usted, mi señor. Desde los tiempos de Bel-Korhadris, únicamente los más dotados y sabios maestros del saber han sido cómplices del secreto de los Ulthane y de la Piedra Fénix."

El príncipe dejó salir un bufido de desdén. "Mis ancestros patrullaron estas aguas ántes de que Bel-Korhadris hubiese nacido. Si la Isla de Sangre es el hogar de tal tesoro, estoy seguro de que mi padre lo hubiera sabido." Repiqueteó sus delgados dedos llenos de joyas sobre el posabrazos de su silla, y observó por la única ventana de la cabina. "Quedaron muchas cosas sin hablar entre nosotros antes de su muerte, pero estoy seguro de que si no se lo hubieran llevado de repente habría confiado en mí."

Caladris levantó la barbilla de manera desafiante. "Eso no lo sé, señor. Solo sé que es un secreto celosamente guardado. Y siempre ha sido así, porque..." hizo una pausa, mientras se inclinaba hacia delante con mirada sombría. "Porque si otros a excepción de los Asur supieran de la existencia de la piedra, las consecuencias serían terribles."

El príncipe se quedó sentado y se alisó su cota finamente bordada, con una expresión que reflejaba su falta de convicción. "¿De verdad? ¿Estás seguro de que es tan importante? ¿Qué clase de poder ejerce ese talismán? ¿Es realmente un arma tan poderosa?"

"Oh, no" respondió Caladris, sacudiendo su cabeza enérgicamente. No posee ningún poder en sí misma, no tiene aplicaciones militares de ningún tipo." Frunció el ceño y miró hacia el suelo sin saber muy bien cómo continuar. "¿Recuerda que he mencionado a los Ulthane?"

El príncipe asintió. "¿Las estatuas?"

"Sí... bueno, no. No son simples estatuas, ni siquiera faros. O por lo menos no lo han sido siempre." Frunció el ceño mientras miraba la media luna dorada que coronaba su vara, obviamente frustrado por verse en la necesidad de explicarlo detalladamente.

El príncipe mostró su arrojo. "Tú no eres el único aquí con ciertos conocimientos, Caladris. Todo el conocimiento en Ulthuan no reside dentro de la Torre Blanca. Espero que no estés dudando de mi capacidad para comprender. Si realmente esperas que cambie nuestro rumbo debes darme una muy buena razón. Cuéntame, ¿qué eran los Ulthane antes de convertirse en estatuas?"

"Grandes héroes" respondió el mago, mirando a los ojos del príncipe. "Como dice la leyenda, eran prácticamente nuestros primeros caballeros, entrenados por el mismo Defensor, mientras el mundo se tambaleaba al borde de la ruina. Mientras nuestros antepasados creaban el vórtice mágico que mantiene cautivos a las legiones demoníacas, los Ulthane batallaban al otro lado del mundo. Y mientras Caledor completaba su ritual final en Ulthuan, los Ulthane descubrieron una grieta: un fatal defecto en su gran hechizo."

El príncipe Althran soltó una bocanada de aire debido a la incredulidad y se echo hacia delante mientras agarraba los reposa brazos de su silla. "Pero deben haber cerrado el portal, o de lo contrario no estaríamos aquí ahora."

Caladris asintió con su mirada llena de orgullo. "He devorado incontables libros que hablan sobre el tema. Las leyendas dicen que entregaron sus vidas, pero al hacerlo, lograron contener el ruinoso torrente que inundaría la isla. A pesar de sus horribles heridas, los doce vertieron todo su amor y su fe en Aenarion en una sencilla baratija -- un pequeño amuleto de obsidiana, que uno de ellos llevaba colgado con una cadena alrededor de su cuello. Y con su último aliento, consiguieron sellar la brecha con el amuleto. Solo entonces se les permitió morir, Antes de que jurasen proteger el amuleto para toda la eternidad – incluso después de darles sepultura.

"¿Será eso cierto?" murmuró el príncipe. Miró tras la ventana hacia las montañosas olas color esmeralda. “¿Y las estatuas?” preguntó al mago, volviéndose hacia él con un giro.
“Son tumbas, construidas en el luto de los héroes caídos. Pero con el tiempo, aquellos que fueron enviados para proteger el amuleto creyeron que los espíritus de los caballeros habían regresado, imbuyendo vida a las estatuas. Al principio las peticiones fueron desestimadas por los maestros del saber, pero mientras pasaban los siglos, Los Ulthane comenzaron a brillar con poder carmesí, iluminando la costa de la isla con su feroz mirada.” Los ojos del mago se agrandaron de pasión. “En tiempos de crisis, despertarían, adentrándose en el mar y destruirían las naves de nuestros enemigos con sus gigantescas espadas de mármol.” Agitó su cabeza. “No es la única magia en la partida, de todas formas. Con el paso de los milenios, trazas de la brecha han deformado la isla. Aquellos enviados a proteger el lugar cumplieron su deber con orgullo; pero regresaron a su hogar completamente cambiados. La isla carcomía el alma de sus guardianes, devorando su cordura como una enfermedad.”

El príncipe se levantó de su silla y comenzó a deambular por el camarote. “¿Y ahora dices que los Ulthane han sido destruidos? ¿Después de todos estos siglos de vigilancia?”

El mago sujetó su cabeza con las manos. “No puedo estar seguro” jadeó. “Lo único que sé es lo que vi: mi maestro, Kortharion, gritando mientras pedía auxilio.” Se estremeció de horror al recordar aquella visión. “Lo vi gritar de pura desesperación. Y elevándose sobre él, vi uno de los Ulthane, cuyo poder se había extinguido.”

El príncipe dejó salir un profundo suspiro. “Lamento escuchar que Kortharion está sufriendo de cualquier forma, pero no puedo creer que los guardianes de la isla abandonarían repentinamente su juramento, después de todos estos siglos. Y, como tú mismo dijiste, algunos de los más expertos maestros de la espada de Hoeth están allí para proteger la seguridad del amuleto. ¿Estás seguro de que debemos cambiar el rumbo?”

El mago se levantó sobre sus pies y agarró al príncipe por los hombros. “Se lo ruego, mi señor. Si tan solo hubieses visto la desesperación en los ojos de Kortharion, entonces lo comprenderías. ¡La isla se encuentra en la más extrema de las necesidades!” Se cubrió el pecho. “Solo yo podía escuchar la llamada de mi maestro y aquí estamos, a tan solo unas millas de distancia. ¿Cómo puede ser tal cosa una mera coincidencia? Éste es nuestro destino – ¡estoy seguro de ello!”

El príncipe apartó gentilmente la presa del mago y se apartó de él. Suspiró y tomó uno de los mapas que aún estaban esparcidos por el suelo y lo puso sobre su escritorio. “de cualquier otro, rechazaría esta propuesta sin sentido.” Puso el mapa cerca y se fijó en una pequeña isla señalada en el grueso pergamino. “pero tienes la costumbre de estar en lo cierto, mi joven amigo. Tal vez podamos perder un día o dos, solo para calmar tu mente.” Dibujó un trazo hacia la isla con la punta de su dedo. “Tal vez el nombre de mi familia esté conectado a la historia de esa piedra, después de todo.”

Mientras los dos elfos abandonaban el camarote, la tormenta aumentó con renovada furia, estrellándose en la cubierta y aullando entre los mástiles. “ ¡Tenemos un nuevo rumbo!” gritó el príncipe, permaneciendo de espaldas y regio mientras la tripulación se acercaba hacia él a través de la agitada cubierta. “¡Convocad a las águilas! !Alertad al resto de la flota¡” Escudó sus ojos de la rociada de agua y miró hacia las tormentosas nubes en forma de espiral. “¡Poned rumbo hacia la Isla de Sangre!”

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