domingo, 27 de noviembre de 2011

La isla de sangre (capítulo 19)


“Debemos llegar al templo” dijo el Capitán Ulthrain mientras hundía su espada en el cuerpo de otro skaven. Apenas los refuerzos elfos habían pisado la playa, se vieron envueltos en la desconcertante masa del ejército skaven. Por las pasarelas de los barcos habían desembarcado numerosas filas de orgullosos guerreros sobre las implacables rocas de la isla: arqueros, lanceros, nobles de plateadas armaduras y jinetes de las llanuras de Ellyrian se precipitaron sobre la playa, deseosos de unirse a la refriega. Incluso a la luz de la luna podía divisarse el templo asediado. La península se encontraba a tan solo un kilómetro escaso de distancia de la costa en la cual habían desembarcado, incluso la estructura parecía lo suficientemente cercana como para poder tocarla, pero mientras las aterradoras tonadas de la campana resonaban en la noche hasta las fanáticas alimañas, a los elfos les resultaba imposible avanzar. El Capitán Ulthrain se percató horrorizado de que si no hacían algo, todos ellos serían podrían ser masacrados a la vista de sus propios barcos.

“Capitán” jadeó uno de los soldados que combatía a su lado. “Mire.”

Ulthrain dirigió su mirada hacia el mar y gritó a causa del júbilo.

La extraña nave que les había estado siguiendo acababa de alcanzar la orilla. Antes de que la proa de marfil hubiese tocado los guijarros de la playa, un caballo de guerra con barda saltó hacia el oleaje mientras resoplaba y se dirigió a galope hacia la playa. El jinete de rostro sombrío vestía una reluciente armadura de azul y oro, y portaba una espada casi metro y medio de largo que brillaba con el cálido blanco de sus runas. Su cabeza era protegida por un casco con la forma de un dragón con cresta y alas de marfil y una gema roja engarzada sobre el protector nasal. Mientras el caballero comenzaba su carga hacia los skaven, algunos elfos comenzaron a murmurar un nombre; se propagó tan rápido entre las filas como lo hacía el mismo caballero, elevando el volumen y sus ánimos hasta convertirse en un canto ensordecedor que rivalizaba incluso con el sonido de la campana. El caballero se desplazaba tan veloz que resultaba casi imposible distinguir su rostro, pero su porte y armadura real resultaban inconfundibles.

Ulthrain sacudió su cabeza maravillado y comenzó a sonreír en el momento en el que se unió a sus compañeros en su cántico: “Tyrion” gritó, mientras su figura avanzaba hacia ellos como una tormenta. Gritaba su nombre una y otra vez mientras las sílabas quemaban su garganta y hacían palpitar su corazón.

El caballero no se detuvo a responder sus alabanzas mientras cargaba sobre la masa de frenéticos skaven, tan tranquilo como si estuviese cabalgando sobre las olas. Fue tan rápido que para cuando los skaven se dieron cuenta de su acometida ya había atravesado varias filas de hombres-rata y llegó al lado del esforzado capitán.

Althrain levantó la mirada por encima de su espada y tuvo una fugaz visión de un noble elfo a su lado. El temor se apoderó de él y durante unos segundos no pudo hacer nada más que contemplar la majestuosa figura. Mientras los elfos se alzaban con renovada furia, Ulthrain trató de mantener la compostura. Golpeó su escudo a modo de saludo e intentó acercarse mientras volvía a la refriega. “¿Príncipe Tyrion?” jadeó,dudando de sus propias palabras mientras las pronunciaba.

El caballero le miró desde su hermoso corcel y asintió como respuesta.
Ulthrain se estremeció al contemplar la mirada de Tyrion. Los ojos del príncipe ardían en su interior con tal sed de sangre que por un momento el capitán pensó que iba a ejecutarlo. En ese momento tyrion se volvió hacia los skaven y comenzó a rajarlos con una serie de brutales golpes de su espada.

“No podréis alcanzarles” dijo Tyrion mientras agarraba a un skaven del pelaje de su cabeza y hundía su espada en el cuello de la criatura. Su voz era baja pero gruesa por el odio y Ulthrain no estaba muy seguro de haberle entendido correctamente.

Miró a su alrededor y vio que sus soldados estaban aplacando el afán de los skaven de llegar hasta Tyrion. A lo largo de las filas de relucientes lanzas y ondeantes estandartes, vio columnas de carruajes dorados y escuadrones de deslumbrantes caballeros acorazados que llenaban las playas de luz y avanzaban tan rápido como el ojo podía ver. Suspiró ante su belleza. Por un momento pareció que el mar había desatado un ejército que competía con las huestes del Rey Fénix. “Lidérenos, mi señor” gritó, temblando de emoción. “Con usted a nuestro lado podremos...”

“No puedo” respondió Tyrion simplemente.

Antes de que el capitán tuviera oportunidad de responderle, Tyrion condujo su caballo hacia el corazón de las fuerzas enemigas mientras dejaba escapar un incoherente rugido.

“¡Espere!” gritó el capitán, intentando dirigir su propia montura tras el ya desaparecido jinete; pero fue inútil. Por muy duro que luchase era incapaz de seguirlo, y con Tyrion fuera de escena pronto los elfos se verían obligados a retroceder hacia el mar. “¡Mi señor!” gritó Ulthrain mientras se adentraba violentamente en un bosque de hojas de metal serrado y hocicos babosos. La campana resonó una vez más, incluso más fuerte que antes y el capitán rugió de agonía mientras se tapaba los oídos. “¡Tyrion, no nos abandones!”

Tyrion hizo oídos sordos a las súplicas de su compatriota. Su velocidad era tan prodigiosa que muchas de las criaturas apenas pudieron percatarse de su paso entre ellos, pero sus movimientos no pasaron del todo desapercibidos. Su destino estaba claro: el altar de madera con ruedas que alojaba la campana, y las tres figuras de grises ropajes encaramados a su marco de madera. Mientras el caballo de guerra de Tyrion tronaba a través de las negras rocas hacia ellos, los videntes grises gritaron furiosos a los skaven cercanos a ellos, empujándolos hacia el elfo con sus varas.

El caballo de Tyrion dio un salto limpio sobre las cabezas de los serviles guardias y sus cascos golpearon en los tablones de madera que cubrían la campana.

Tan próximo, el sonido de la campana era ensordecedor, pero Tyrion lo soportó con estoicismo mientras levantaba su espada hacia los encapuchados skaven.

Los videntes grises retrocedieron y simultáneamente levantaron sus cetros, enviando un crepitante estallido de verdosos rayos a toda velocidad hacia el elfo.

Tyrion alzó su espada poniendo la acanaladura frente a su rostro, como si se tratase de un homenaje a los rastreros videntes. Las runas que estaban grabadas a lo largo de la hoja se hicieron aún mas brillantes en el momento en el que la energía disforme la golpeaba y ésta los diseminó por el campo de batalla como un abanico de letal luz esmeralda. Todos los skaven que se encontraban cerca del andamiaje estallaron en llamas y cayeron al suelo, haciendo que la siniestra estructura quedase rodeada por un círculo de diez metros de diámetro de carne chamuscada. Los chillidos de los agonizantes skaven eran tan altos que podían ser oídos incluso por encima del ominoso resonar de la campana.

Tyrion saltó de su montura y decapitó uno de los videntes grises con un simple movimiento de su espada.

Mientras la cabeza rodaba a la vista de todos, los otros dos sacerdotes treparon sobre la desvencijada torre, maldiciendo y lanzando ráfagas de luz a su enemigo.

Tyrion salió ileso de las descargas que fueron devueltas hacia la base de la torre, incendiando la madera con fuego verde y causando que una de las ruedas colapsase en una llovizna de fuego y astillas. La fuerza de la explosión retumbó por toda la estructura y la campana fue lanzada violentamente a un lado. La rata-ogro que había estado haciendo sonar la campana fue arrojada fuera del altar y sin su musculatura para balancear todo el peso de la enorme campana a la cual estaba encadenada, la arrancó de la torre y cayó al suelo con un último estruendo ensordecedor.

Mientras el corcel de Tyrion llegaba al claro, estiró los brazos alrededor de su cuello y se subió a su montura de nuevo. El caballo se hallaba ya a varios metros de distancia de la desintegrada máquina de guerra cuando se detuvo. Tyrion vio los miles de brillantes ojos rojos que lo observaban anonadados, mientras los skaven se esforzaban por comprender el silencio que había creado. Entonces, con un coro de gritos agudos saltaron hacia delante.

Mientras Tyrion se desvanecía tras una cortina de sangre y dientes si risa se escuchaba por encima del clamor, haciendo eco sobre las rocas mientras más skaven caían ante él.

(Mañana la emocionante conclusión de la novela...)

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