viernes, 3 de junio de 2011

Liber Maleficus (3)


Construido con pura demencia se erigía el castillo. La locura había sido su arquitecto. Sus muros gritaban con odio. Demonios alados buscaban una presa con sus agudos ojos de halcón. De sus garras goteaba la sangre de los inocentes, sus cuerpos estaban hinchados por sus festines de almas.

El castillo descansaba sobre una roca titánica, esculpida con la forma de una cabeza cornuda de demonio, y sus ojos brillaban como fuegos fatuos. Las torres y las murallas se retorcían en formas imposibles, ignorando cualquier orden, y sin embargo el castillo era simétrico, extraño y perturbador.

A sus pies, un mar de fuego borboteaba y bramaba enfurecido. Por encima de él las nubes se rompían como si fueran de papel, y las formas de un millar de demonios llenaban el cielo. El castillo se fragmentaba constantemente y nuevas construcciones emergían en un ciclo sin fin.

En su interior habitaba una legión de demonios, saciándose de carne y sangre humanas. En sus cámaras de cristal y fuego habitaban los Señores Demonio, estudiando el mundo desde este ventajoso punto de observación que descollaba obre la creación.

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